Remembranza Indeleble de un Hombre verdadero
Un 15 de septiembre de 1949, en la vasta inmensidad de la selva amazónica, donde el tiempo parece detenerse y la naturaleza impone su ley, nació Guillermo Ríos Pickmann. Desde niño, Guillermo sintió que su vida estaba intrínsecamente ligada a una tierra de ríos indomables y cielos infinitos. Mientras otros soñaban con ciudades y riquezas, él se sumergía en los misterios del campo, aprendiendo los secretos de las plantas y el lenguaje silencioso de los animales. En las tierras de Madre de Dios, Guillermo comenzó a forjar un carácter noble, que más tarde se manifestaría en su papel como defensor incansable de la tierra, de los humildes y de los olvidados.
A los 13 años, el destino de Guillermo cambió cuando la noticia de la muerte de Javier Heraud sacudió la tranquilidad de Puerto Maldonado. No muy lejos de su propio hogar, en las orillas del río, el joven poeta encontró un fin trágico, abatido por las balas que intentaron silenciar su voz. Pero esas balas no lograron matar sus ideas. Para Guillermo, Javier se convirtió en un faro, un símbolo de resistencia y justicia, un hermano mayor al que nunca conoció, pero que marcaría su vida para siempre.
Con el paso de los años, la figura de Javier Heraud permaneció en el corazón de Guillermo, como una llama que nunca se extinguió. Mientras otros hombres buscaban posiciones y bienes materiales, Guillermo encontró su propósito en la memoria de ese joven poeta. Se convirtió en el guardián de su tumba, cuidando con devoción el lugar donde descansaban sus restos. Pero no solo era un guardián de la tumba; era un guardián de su legado. Organizó romerías e invitó a campesinos, castañeros y gente sencilla a recordar a Javier, a hablar de su poesía y de sus sueños. Allí, entre las tumbas y los árboles, conoció a otros que compartían su devoción: Jorge del Prado, Etna Velarde, Daniel Estrada, personajes de la época que, como él, sentían el peso de la memoria de Javier y el deber de mantenerla viva.
Guillermo vivía una vida sencilla, sin lujos ni pretensiones, similar a la de los campesinos a los que tanto amaba. Sabía cuándo plantar y cuándo cosechar, conocía cada rincón del campo, y trataba a las plantas y a los animales con el mismo respeto que mostraba a las personas. Su conexión con la tierra lo mantenía firme en sus convicciones, y esas convicciones lo llevaron a enfrentarse, una y otra vez, a los poderosos. Nunca temió enfrentarse a quienes oprimían al pueblo. Si había una causa justa que defender, Guillermo estaba allí, con sus palabras sencillas pero contundentes, con su vida como ejemplo.
Su lucha por la justicia lo llevó a ser regidor en dos ocasiones, en 1985 y 2006. Desde esos cargos, presidió la Comisión de Educación, Cultura y Deporte, donde trabajó incansablemente para mejorar la vida de los más desfavorecidos. También fue miembro de la junta de accionistas de EMAPAT, representando al pueblo, siempre del lado de los más humildes. Pero quizás su labor más querida, además de profesor y cumplir una misión de alfabetización, fue como presidente del Comité de Gestión de Bosques del Río Las Piedras, donde defendió los recursos naturales con la misma pasión con la que defendía a las personas. En su corazón, sabía que proteger la tierra era proteger a los suyos.
Guillermo, quien también fue un orgulloso estudiante Guadalupano, nunca buscó reconocimientos ni lujos. Para él, su mayor tesoro era el cariño de sus alumnos, el respeto de sus hijos y el afecto de quienes lo conocieron. Su vida fue una constante lucha, pero también una vida plena, llena de pequeñas victorias que solo los hombres verdaderamente buenos pueden apreciar.
En 2019, poco antes de cumplir 70 años, Guillermo partió de este mundo. Pero dejó tras de sí un legado que ni la muerte pudo borrar. Su vida, sencilla en apariencia, fue una vida de lucha constante, de victorias silenciosas pero profundas. Su mayor riqueza no fue material, sino espiritual: el cariño de sus alumnos, el respeto de sus hijos, el aprecio de los hombres del campo y de a pie, y el agradecimiento de aquellos a quienes ayudó. Hoy, su espíritu sigue vivo en las historias contadas por quienes lo conocieron, en los bosques que defendió y en las vidas que tocó con su bondad y firmeza. Guillermo Ríos Pickmann fue, y siempre será, un símbolo de lo mejor del ser humano: la capacidad de amar, luchar y no rendirse jamás.